Esfuérzate por presentarte ante Dios como un hombre probo, un obrero sin tacha, que dispensa con destreza la palabra de la verdad.
TIMOTEO II, 2, 15
No busquéis el conocimiento por el conocimiento en sí. Todo aquello que, en poesía, no proceda directamente de la emoción, carece de valor.
(Por supuesto, se ha de entender emoción en un sentido amplio: ciertas emociones no son ni agradables, como, en general, es el sentimiento de extrañeza).
La emoción suprime la cadena causal, es la única capaz de haceros percibir las cosas en sí mismas. Transmitir dicha percepción es el objeto de la poesía.
Esta identidad de propósitos entre la filosofía y la poesía es la fuente de la secreta complicidad que las une. Esta, en esencia, no se manifiesta escribiendo poemas filosóficos; la poesía debe descubrir la realidad por sus propias vías, puramente intuitivas, sin pasar por el filtro de una reconstrucción intelectual del mundo. Menos aún expresando la filosofía bajo una forma poética, lo que, a menudo, nos es más que un timo. Pero es entre los poetas donde una nueva filosofía encontrará siempre a sus más serios lectores, a los más atentos y fecundos. Asimismo, sólo ciertos filósofos serán capaces de discernir, sacar a la luz y utilizar las verdades ocultas en la poesía. En la poesía, casi tanto como en la contemplación directa -y mucho más que en anteriores filosofías- es donde encontrarán material para nuevas representaciones del mundo.
Respetad a los filósofos, pero no les imitéis. Vuestra vía, desgraciadamente, se encuentra en otro sitio. Es indisociable de la neurosis. La experiencia poética y la experiencia neurótica son dos caminos que se cruzan, se entrelazan, y acaban por confundirse la mayoría de las veces, esto último por disolución del filón poético en el torrente sangriento de la neurosis. Pero no tenéis elección. No hay otro camino.
Trabajar permanentemente en vuestras obsesiones acabará convirtiéndoos en una piltrafa patética, minada por la angustia o devastada por la apatía. Pero, lo repito, no hay otro camino. Debéis alcanzar el punto sin retorno. Romper el círculo. Y producir algunos poemas antes de estrellaros contra el suelo. Habréis entrevisto espacios inmensos. Toda gran pasión desemboca en el infinito.
En definitiva, el amor resuelve todos los problemas. Asimismo, toda gran pasión acaba conduciendo a una zona de verdad. A un espacio diferente, doloroso en extremo, pero en el que la vista alcanza lejos, y con claridad. En donde los objetos, purificados, aparecen en toda su nitidez, en su límpida verdad.
Creed en la identidad entre lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno.
La sociedad en la que vivís tiene como fin destruiros. Otro tanto se puede decir de vosotros respecto a ella. El arma que empleará es la indiferencia. Vosotros no podéis permitiros adoptar la misma actitud. ¡Pasad al ataque!
Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus heridas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte.
Profundizad en los temas de los que nadie quiere oír hablar. El envés del decorado. Insistid sobre la enfermedad, la agonía, la fealdad. Hablad de la muerte y del olvido. De los celos, de la indiferencia, de la frustración, de la ausencia del amor. Sed abyectos, seréis auténticos.
No os adhiráis a ninguna idea. O bien hacedlo, y después traicionadla enseguida. Ninguna adhesión teórica debe reteneros por mucho tiempo. La militancia hace feliz, y vosotros no tenéis que ser felices. Vosotros estáis de parte de la infelicidad. Sois el lado oscuro.
Vuestra misión no es ante todo proponer, ni construir. Si lo podéis hacer, hacedlo. Si acabáis por concluir contradicciones insostenibles, decidlo. Pues vuestra misión más primordial es la de profundizar hacia lo Verdadero.
Sois el enterrador y el cadáver. Sois el cuerpo de la sociedad. Sois responsables del cuerpo de la sociedad. Todos responsables, en igual medida. ¡Besad el suelo, basura!
Determinad la inocencia, y la culpabilidad. Primero en vosotros mismos, lo que os proporcionará una guía. Pero también en los demás. Considerad su comportamiento, y sus excusas; luego juzgad, con toda imparcialidad. No os respetéis ni a vosotros; no respetéis a nadie.
Sois ricos. Conocéis el Bien, conocéis el Mal. No renunciéis nunca a separarlos; no os dejéis liar por la tolerancia, ese pobre estigma de la edad. La poesía está en condiciones de establecer verdades morales definitivas. Debéis odiar la libertad con todas vuestras fuerzas.
La verdad es escandalosa. Pero sin ella, no hay nada que valga. Una visión honesta y verosímil del mundo ya es en sí una obra maestra. Poco pesa la originalidad frente a esta exigencia. No os preocupéis por eso. De todos modos, la suma de vuestros fallos desprenderá, a la fuerza, cierta originalidad. En cuanto a vosotros, decid simplemente la verdad, ni más ni menos.
No podéis amar la verdad y al mundo. Pero vosotros ya elegisteis. Ahora el problema consiste en ser fieles a esa elección. Os invito a conservar el ánimo. No porque podáis esperar algo. Al contrario, sabed que estaréis muy solos. La mayoría de la gente se reconcilia con la vida, o bien se muere. Vosotros sois suicidas vivientes.
A medida que os aproximáis a la verdad, vuestra soledad aumenta. El edificio es espléndido, pero está desierto. Camináis por salas vacías, que os devuelven el eco de vuestros pasos. La atmósfera es límpida e inmutable, los objetos parecen esculpidos en pìedra. A veces os ponéis a llorar, tan cruel resulta la nitidez de la visión. Os gustaría volver atrás, a las brumas del desconocimiento, pero en el fondo sabéis que ya es demasiado tarde.
Seguid, no temáis. Lo peor ya ha pasado. Por supuesto que la vida aún os desgarrará, pero, por vuestra parte, ya no tenéis demasiado que ver con ella. Recordad que, básicamente, ya estáis muertos. Ahora estáis cara a cara con la eternidad.
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Michel Houellebecq. Extraído de «Poesía«. Anagrama. 2012.
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